Las noches son interminables, los segundos se vuelven eternos y los días son un infierno para los habitantes de las localidades de El Mirador y El Guayabo cuando quedan en medio de los explosivos lanzados con drones por grupos armados del Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG) y Los Viagras, que atacan constantemente la zona rural de este municipio en Michoacán.
De acuerdo con Fanny Arreola Pichardo, presidenta municipal, en El Guayabo siete de cada 10 habitantes son trastocados en sus viviendas por las huellas de la violencia, ya sea por algún explosivo lanzado por un dron o por perforaciones de balas, y en ese sentido, cerca de 70% u 80% del total de la población de la comunidad ya abandonaron sus casas.
Las familias enteras dejaron todo y ahora buscan un trabajo para poder mantener a sus seres queridos, así como un techo para que puedan dormir de manera segura.
Lourdes Quintana es una de ellas. Su esposo está al volante y por momentos dudan en detenerse a dar testimonio de la crueldad e inhumanidad que sufren en El Guayabo.
“La verdad es un caos estar aquí. Esto es lo poco que nos dejaron. Todo está destruido, desde hace 15 días que no cesa esto y no se puede ir por más”, expresa.
Lourdes Quintana y su familia salieron de El Guayabo, con ellos se llevaron las pocas pertenencias que pudieron rescatar de su casa y de su negocio. Foto: Carlos Arrieta / EL UNIVERSAL
Quintana tenía una tienda de abarrotes que tardó al menos una década para echarla a andar, pero hace unos días fue saqueada y destruida por los ataques criminales.
Observa las escasas pertenencias que pudo rescatar de su casa y de su negocio, mientras circula por la zona de guerra.
“No hay una noche que no haya balazos y dronazos. La gente ya no quiere volver. Hemos dejado toda una vida y el patrimonio. ¡Ya que hagan algo!”, reclama Lourdes mientras revisa las pertenencias que logró sacar de la casa en ruinas, donde tuvieron que vivir un infierno, en el abandono y a expensas de que el Ejército Mexicano haga algo para proteger sus propiedades.
Una veintena de pobladores espera salir avante de su localidad resguardada por personal militar, que a escasos metros detona algunos de los explosivos sembrados en los caminos rurales.
A unos seis kilómetros, en El Mirador, la situación no es muy diferente: casas destruidas, negocios calcinados y familias enteras que huyen de la violencia.
Juan de Dios González sobrevivió a uno de los más recientes ataques del bloque criminal autodenominado Cártel Michoacán Nueva Generación (Viagras-CJNG).
Cuando dormía, Juan de Dios escuchó el impacto de un primer artefacto explosivo improvisado sobre su vivienda; en seguida, un segundo estruendo cimbró nuevamente su casa y la destruyó casi en su totalidad.
El joven cortador de limón se sienta en el único colchón que quedó del ataque, y desde el cual asegura: “Ya no tenemos nada qué hacer. Mejor nos vamos antes de que nos maten. Ese día [del ataque] yo estaba durmiendo cuando nos destruyeron [todo]. Cayeron cuatro drones, pero pues ahorita tenemos que estar batallando para seguirle”, dice.
El padre de familia narra que afortunadamente sus cuatro hijos y su esposa no estaban esa noche en casa, ya que se habían ido con un familiar a la cabecera municipal de Apatzingán para aprovechar el inicio del periodo de vacaciones.
De lo contrario, advierte, en este momento velaría el pueblo a los cuatro niños y a su compañera de vida, ya que los artefactos impactaron las habitaciones donde duermen los menores.
La vivienda no sólo sufrió daños en su estructura, también los muebles quedaron destrozados. Todo estaba en pedazos y quemado. En uno de los peldaños de la cabecera de una cama, que sobrevivió al impacto y al fuego, está todavía el vestigio de un suéter de la escuela de uno de los niños, y cada que Juan de Dios voltea a verlo, sólo gira una y otra vez su cabeza mientras dice: “Lo que hubiera pasado con los niños aquí”.
El jornalero se pierde entre los escombros de la vivienda que le llevó años construir, y a los criminales, segundos destruir.
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